En muchas ocasiones vemos a los barcos que surcan los mares con mano firme hacia su destino. El capitán tiene claro sus prioridades:
la carga (tanto si son mercancías, como pasajeros), su tripulación y para
finalizar, la integridad de la nave. Ahora bien, que pasa cuando se desvía el
rumbo marcado. La mercancía no llegará
al destino, los pasajeros estarán perdidos, los tripulantes empezarán a
desconfiar de su superior, y es posible que
la embarcación pueda hundirse.
En la sociedad actual está pasando algo parecido. Las
decisiones de los dirigentes políticos
están desviando el rumbo de sus
correspondientes economías, por lo que sus ciudadanos no saben hacia dónde les llevan, las empresas pierden
competitividad porque no comprenden las decisiones, y al final llega una
crisis, lo cual, significa que el país tiene vías de agua y se está hundiendo.
Pero esos países han perdido el rumbo, sencillamente
cuando han perdido de vista sus prioridades principales, sobre todo la más
importante, que es llevar a buen puerto
a los ciudadanos que han puesto en sus dirigentes la responsabilidad de
gestionar el futuro, tanto de ellos, como de las futuras generaciones. Sin embargo,
la tripulación tampoco ha hecho
demasiado para intentar corregirlo, simplemente ha seguido como si tal
cosa, sobre todo, ante la pasividad del
pasaje. Aunque todos nos damos cuenta del error, no por nosotros mismos,
sino porque otros barcos nos avisan que vamos en colisión hacia ellos y nos obligan a retomar o virar hacia otro
destino.
Podemos pensar que el capitán es un incompetente para realizar su tarea, pero no es menos verdad
que han sido los pasajeros los que le han elegido, mediante votación. Aunque en honor a la verdad, carecían de la verdadera información sobre sus capacidades y fue
elegido por ser de una determinada ideología.
Ahora bien, que alternativas podemos tener para
elegir a un líder capacitado. Sencillamente pocas, ya que las instituciones están demasiado politizadas, a la vez que
la política se ha profesionalizado en
exceso, haciéndose dependiente del escaño para su propia supervivencia, por lo que impide sus propia independencia a
la hora de tomar decisiones. Es a través de esa falta de transparencia cuando realmente se instalado el conformismo a la hora de aceptar las
decisiones de los dirigentes, sin ningún atisbo de crítica.
Por otro lado, la población ve con amargura que cada vez se va empobreciendo más, pero no solo económicamente, también moralmente, al observar que
cada vez se siente más atrapado en una telaraña bien tejida desde arriba. A lo que se une la sensación de que el
esfuerzo de nuestros antepasados ha sido
baldío, porque la pérdida de los derechos y del estilo de vida, parece
inevitable, sino que será cada vez más
patente.
Finalmente, el pasajero que ha pagado su billete, observa con impotencia que le llevan a un
destino que él no ha pedido, el cual no ha elegido, pero no tienen ni el
derecho de oponerse, sencillamente porque
sus necesidades ya no son importantes para los que dirigen el barco. Sin
embargo, bien que acuden al dinero que se ha recaudado para el viaje. Y es
posible que pueda ocurrir un motín, pero
aparecerá el problema de saber quién será capaz de manejar una nave que se ha
convertido ingobernable…….
Muy buena alegoría Carlos. Tienes toda la razón, esa es la sensación que tengo como parte del pasaje.
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