Últimamente, sobre todo en España,
estamos observando un aumento de los
casos de corrupción, no hay inocentes ya que aparecen de diferentes tendencias políticas, lo que
ha llevado a incrementar aún más el
grado de malestar de una sociedad, la cual ha de pagar las consecuencias de
una crisis que se alarga demasiado en el tiempo.
La corrupción no es un hecho aislado de un solo país, de
una cultura en concreto, es algo intrínseco
a la naturaleza humana,
porque humano es caer en las tentaciones, sobre todo de índole económica. Para
remediar estas debilidades, no es solo
cuestión de saber elegir a las personas responsables, sino la de diseñar unos mecanismos de control para que
esas irregularidades, aunque aparezcan, sean
rápidamente denunciadas y enjuiciadas. Estamos hablando de una de las bases
más importantes del juego democrático, el respeto
al estado de derecho y a la imparcialidad de la justicia.
Sin embargo, cuando la clase política
comienza a intervenir en dichas instituciones,
nombrando a los responsables de las mismas, eliminando todo rasgo de independencia, llega la usurpación de las
mismas como una parte más de los
resortes del poder, consiguiendo, sin pudor alguno, actuar con casi absoluta impunidad, ya que lo ético tropieza con lo legal, al
convertir lo no ético en normativa común, al ser aprobado políticamente. Se
trata de la trampa extendida en los últimos
tiempos: lo de ejercer o tomar
decisiones que son poco o nada favorables a la ciudadanía, amparándose en una legalidad dictada por la misma clase política,
es decir: se legisla y se ejecuta, sin
miedo a la autoridad judicial.
Aunque el ciudadano apenas le importaría dicha situación,
sino fuera por el escenario de penuria económica que padece. Ya que observa que ha de trabajar en peores condiciones,
tanto económicas, como sociales, eso si no ha sido despedido. Y cuando ve
que los responsables de tanta desgracia, no solo siguen a sus anchas gestionando los recursos
financieros, sino que todo el despendio que ha ocurrido ha de ser “rescatado” por las arcas públicas, lo
que se traduce en un aumento de los impuestos, a la sufrida clase trabajadora.
El peligro que nos acecha ahora
mismo, no es solo la bajada a los
infiernos a causa de la crisis, aunque, como hemos visto anteriormente,
unos pocos privilegiados, no solo no la sufren, sino que aumentan sus fortunas (han crecido las desigualdades sociales desde que
comenzó la crisis), sino la aparición
de salvadores de la patria, los cuales prometen resolver tales injusticias
de la noche a la mañana.
Si hacemos una reflexión histórica,
muchos héroes populares terminaron
siendo aún peores que los problemas que pretendían resolver. Hablamos de Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini, Franco,
dictadores militares de América Latina, etc. Los ejemplos son numerosos,
pero hay denominador común, la
desesperación de la población ante la pérdida de su poder adquisitivo.
Como sabemos, la sociedad esta
sostenida por una clase media, la
cual es la más perjudicada por ambas situaciones, por un lado, ha de pagar los platos rotos de una crisis
financiera, donde los responsables han desaparecido, o simplemente no van a ser enjuiciados por sus actos,
y por otro lado, también ha de sufragar los gastos de las iniciativas populistas, las cuales se definen por subvencionar a las clases más bajas,
pero sin molestar a las clases altas, por lo que todo recae en la misma parte
de la población.
Al final, los ricos no suelen pagar impuestos, o no en las
cuantías que deberían, y la pobreza, cada vez más extendida, carece de ingresos, por lo que tampoco podrá
tributar al estado, ya que las ayudas, apenas
podrán satisfacer sus necesidades.
La gran consecuencia de la
globalización ha sido la de llevar a las clases medias al umbral de la pobreza, ya que sus ingresos, apenas llegan para
hacer frente a sus pagos. Donde los
salarios no hacen más que reducirse, pero los precios no hacen más que aumentar.
Si a esto, unimos a la filosofía de los partidos populistas, los cuales solo consiguen empobrecer aún más el país,
nos encontramos que ambas opciones, tienen
una diabólica similitud, que no es otra que aumentar la pobreza en el
mundo.
Por este motivo, solo nos queda una tercera vía, que no es otra que la de apoyar y promocionar la iniciativa de
emprendimiento, la creatividad y el empuje de las clases medias, no solo
con subvenciones, sino con apoyos para que se genere riqueza, a la vez que
empleo. Sin embargo, necesitamos, que
las instituciones, y la clase política, piense y actúe en el futuro de
sociedad, no en mantenerse en el poder a cualquier precio.
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