En los últimos tiempos estamos escuchando multitud de noticias relacionadas con la economía y sus relaciones entre determinados países, por no decir todos. Sin embargo, vemos con asombro que esta situación justifica algunas decisiones que muchas veces rozan la legalidad o legitimidad democrática, imponiéndose medidas a todas luces injustas para la mayoría de los ciudadanos.
Es obvio que ha habido una excesivo uso de la deuda bancaria para todo tipo de proyecto empresarial, público, e incluso personal, en la sociedad: compra de material, obras públicas y sobre todo vivienda a base de créditos a muy bajos intereses y, sobre todo, sin ningún tipo de traba por parte de las entidades financieras. Al final tanta borrachera ha derivado a un alto grado de riesgo, lo que ha puesto en peligro al mercado financiero en su conjunto. Pero la pregunta es obvia. ¿Quien fue el culpable, el que pidió el crédito o quien lo concedió?.
A mi entender toda acción empresarial conlleva un riesgo, y ese riesgo hay que asumirlo, o por lo menos es lo que les ocurre a la mayor parte de los empresarios. Si un banco me concede un préstamo, habrá pensado de antemano los riesgos que conlleva dicha operación, y su pérdida, sin duda, es la imposibilidad de poder hacer frente a los pagos del mismo. He aquí que, por pura codicia, se conceden multitud de créditos con el afán de ganar la máxima cuota de mercado, y con la consiguiente rentabilidad al hacer total la dependencia de la sociedad ante los bancos.
Pero con un mercado globalizado, el negocio real consistía en la compra-venta de productos financieros entre las empresas. Al final no se sabia ni se sabe dónde están los préstamos rentables de los impagados. En definitiva, se ha convertido en un gran problema mundial al estar todo el mundo endeudado con todo el mundo. Y como la solvencia privada es imposible de ser cobrada, se asigna la responsabilidad subsidiaria a los poderes públicos, es decir, a los gobiernos.
Ante ese miedo de impagos, las grandes empresas financieras, ayudadas por organismo internacionales de carácter económico (FMI, Banco Mundial, OCDE, etc) han impuesto a los países morosos, presionando a sus gobiernos unas duras condiciones económicas, llamados, como todos sabemos, recortes. Los cuales recaen en servicios mínimos para la ciudadanía, y sobre todo, en cuestiones básicas para la posible recuperación de dichas naciones.
La población observa absorta como sus gobiernos acatan unas condiciones tan abusivas que empobrecen y lo que es peor, ponen en peligro a las siguientes generaciones. Y no hay posiblidad de salida, ya que las alternativas al poder están comprometidas con dichas medidas. El problema radicará que es posible que tanto descontento pueda desembocar en alborotos y conflictos, que serán dificiles de preveer en como acabarán. Un ejemplo es actualmente Grecia, que si siguen las actuales condiciones (ya llevan tres rescates durisimos), terminará, ojalá me equivoque, en un posible golpe de estado, pensemos que las primaveras árabes están a la vuelta de la esquina.
Resumiendo, los conflictos más cercanos en el antiguo siglo XX, fueron consecuencia de democracias débiles que no supieron resolver los problemas que sus sociedades tenían, lo cual fue aprovechado por totalitarismos. Las consecuencias de la famosa crisis de 1929, fue la aparición del fascismo en Europa y más tarde, la segunda guerra mundial. Espero que la historia no se repita......
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ResponderEliminarCoincido en el resumen final. Se trata más bien de debilidad de las democracias, es decir, no es que la economía afecte a la democracia, si no que una democraci ya de por sí débil no resuelve sus conflictos y deriva en lo que deriba. Es más, yo me atrevería a asegurar que una democracia débil es un problema para la economía y no al revés.
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